Esta
entrada va dedicada a Anna Gómez y Francisco Castro, pues son los que me hicieron
darme cuenta de la importancia del descanso.
Ahora bien, ya has leído y estás
leyendo suficiente, tanto que ya es hora de que empieces a escribir. Seguramente
ya te sentaste frente a tu computadora, abriste el procesador de texto, y
tienes delante la página en blanco, o tal vez mejor, ya la tienes empezada. O puede
ser que estés bajo una vela encendida, con toda fuente de luz eléctrica extinta,
tienes el incienso de tus aromas favoritos inundando la habitación, mezclándose
con las exquisitas notas de Beethoven, y ya tienes enfrente tu fiel pluma y su
compañera la hoja de papel. No importa cómo te guste escribir, o que rituales
prefieras hacer antes, cualquier cosa es válida. Lo que te siente mejor, como
ya sea escribir de mañana, de noche, en la tarde o la madrugada. En cuanto al
lugar, bueno, eso ya conlleva otro tema, pero solo diré por el momento, que
donde te sientas cómodo.
Has empezado a escribir, las letras
empiezan a aparecer frente a ti, invadiendo ese horroroso espacio en blanco que
con placer desaparece a cada palabra, remplazándose por una belleza inmensurable.
Muy romántico, ¿no? ¡Por supuesto! El escribir es disfrutar de plasmar tus
ideas, tus pensamientos, tus sub universos y tus parajes, es jugar a ser un dios
sin insultar al mismo. Escribir se debe abordar con placer, con diversión,
entusiasmo y pasión, a veces hasta con un poco de ira. Lo que no debe caber
duda, es que escribir debe hacerse con grandes ánimos y energías, para que sea
esto lo que trasmitas. Sin embargo, llega un momento en que uno se pregunta, ¿Cuánto
debo escribir? ¿Cada cuándo? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuántas hojas? ¿Cuántas palabras?
¡¿Cuantas letras?! Vamos, ¿Qué cantidad?
Mientras que existen algunos escritores que dicen
que para escribir una novela es sentarse dos horas por día y… ¡abra cadabra!, ya
tienes un best seller que te hará meritorio al premio nobel de la literatura, la
verdad es que esto es una absurda mentira, que incluso roza la
mediocridad. Tampoco es necesario hacer
lo que García Márquez, escribir ocho horas diarias como si fuera una jornada de
trabajo. La realidad de esto es que cada quien tiene su ritmo. Mientras que existirán
días en que podrás escribir toda una obra de arte durante horas, abra días en
los que no podrás ni escribir una oración antes de que acabes frustrado.
Considero que la mejor forma de empezar con tu ritmo
es la disciplina King, es decir, del escritor Stephen King. En su libro “On
writting”, este propone empezar con mil palabras al día, con un día de descanso
a la semana, de ser necesario, siempre escribiendo a la misma hora del día para
que se vaya volviendo un hábito y la creatividad se haga una costumbre, por
decirlo en palabras burdas y llanas. El problema llega cuando descubres que
todos en el mundo somos diferentes, y que mientras algunos tienen la capacidad
de concentración infinita de un monje Shaolin, hay otros con la atención de un pececito
en un estanque lleno de azúcar. Mi sugerencia es empezar con la disciplina
King, y de ahí irte moviendo; que si quieres subirle más palabras, menos
palabras, que si deseas variar los horarios de escribir, que si te pones un
horario rígido. La única verdad es que debes mantener una práctica constante y
diaria, sin excusas ni pretextos, que para eso, todos somos unos expertos. Y
este hábito, el de escribir por supuesto, debe abordarse con amor, pasión y
entusiasmo, ¿y por qué no?, algo de miedo, pero ese miedo sano que es diminuto,
casi imperceptible, que te permite no caer en la soberbia, pues a fin de
cuentas, todo artista debe tener su humildad. Ya que, todos siempre seremos
inseguros de nuestro trabajo, aunque lo neguemos.
La creatividad o la musa, llámese como se prefiera,
es caprichosa, a veces un poco bastarda, y en ciertas ocasionas una verdadera
diva. No todos los días podrás crear una obra que podrás presumir que fue
parida por el mismo Dios, ya que en ocasiones batallaras tanto que sufrirás, y
realmente sufrirás si le tienes amor a lo que haces, y esto es verdad para
cualquier tipo de ambiente creativo, sea el que sea. Lo mejor es aceptar este hecho, no fustigarte
ni flagelarte, ¡mucho menos de etiquetarte de bueno-para-nada! Lo mejor será
aceptar que ese día no podrás trabajar y que lo dejarás para otro día. Tienes
que recordar que eres un ser humano, y que somos afectados por las emociones,
los altibajos de la vida, hasta por la luna llena o por la menstruación… sea
tuya o de tu pareja. ¡Así que animo! Que si no salió hoy, saldrá mañana, o sino
algún día, la musa no se abra ido, solo se estará haciendo del rogar, la
condenada.
También llegará un momento en el que habrás
trabajado tanto que no podrás seguir aunque lo desees, aunque te mueras de las
ganas y el antojo por destruir la maldita hoja en blanco, no podrás y punto. Tu
mente se verá turbada y envuelta en marañas indestructibles que se reirán de
ti. Tu imaginación se cubrirá con un velo negro que no podrá levantarse, y
escribir, aunque sea tu más grande deseo del momento, será imposible, y cada letra
la sufrirás al grado llegaras a sentirte como un cavernícola golpeando las
teclas con un marro de piedra. Cada oración te parecerá estúpida, cada idea
incoherente y falta de originalidad, e incluso, te sentirás el anticristo de
las letras cuya misión será llenar párrafos y párrafos de blasfemias creativas.
Cuando llegue ese momento, debes darte cuenta y aceptarlo, estás cansado. Hasta
la diversión cansa.
Cuando llegue el momento, haz a un lado tu texto, guárdalo
en un lugar seguro, con sus respectivos respaldos, y abre la puerta de tu lugar
de escritura, y date cuenta que hay una vida allá fuera. Aléjate de tus libros,
de tus textos, y de ser necesario, de tus rutinas, y has algo que despeje tu
mente y te relaje, que amplié tus horizontes, así sea jugar tenis a pesar de
que no puedas darle a una pelota de un metro de diámetro. Haz lo que necesites
y lo que quieras, duerme por horas, sal y grita, corre, salta, vete a una
alberca, plática con la familia, con los amigos, con el vecino, con el perro.
Busca a tu pareja y ten sexo y luego vuelve a tenerlo, y si no tienes una, pues
búscala. Toma un baño de una hora, acuérdate del gato que lleva un mes atrapado
debajo de tu cama, chúpate el dedo, ¡lo que sea! Siempre y cuando no dañe tu
salud o saldrá contraproducente. En todo
este tiempo, ni te acuerdes del texto, ni aunque te hayas quedado a dos páginas
del final. Olvídate del desgraciado, ya verás que luego la musa se sentirá sola
y volverá a ti.
Descansa y descansa cuando lo necesites, y a veces
hasta date el lujo de cuando no lo necesites, siempre y cuando no caigas en la holgazanería.
Es importante el ritmo, pero también lo es el descanso, incluso si crees que no
lo necesitas. Descansar siempre será
parte de la vida, y por lo tanto del escribir.
Y ahora sabes, por qué ahora me retrasé en poner
esta entrada, pero tuve que acampar a un lado del Sendero.
Gracias por tu lectura mí estimado lector.