jueves, 6 de diciembre de 2012

Ritmo y descanso



           Esta entrada va dedicada a Anna Gómez y Francisco Castro, pues son los que me hicieron darme cuenta de la importancia del descanso.

            Ahora bien, ya has leído y estás leyendo suficiente, tanto que ya es hora de que empieces a escribir. Seguramente ya te sentaste frente a tu computadora, abriste el procesador de texto, y tienes delante la página en blanco, o tal vez mejor, ya la tienes empezada. O puede ser que estés bajo una vela encendida, con toda fuente de luz eléctrica extinta, tienes el incienso de tus aromas favoritos inundando la habitación, mezclándose con las exquisitas notas de Beethoven, y ya tienes enfrente tu fiel pluma y su compañera la hoja de papel. No importa cómo te guste escribir, o que rituales prefieras hacer antes, cualquier cosa es válida. Lo que te siente mejor, como ya sea escribir de mañana, de noche, en la tarde o la madrugada. En cuanto al lugar, bueno, eso ya conlleva otro tema, pero solo diré por el momento, que donde te sientas cómodo.

            Has empezado a escribir, las letras empiezan a aparecer frente a ti, invadiendo ese horroroso espacio en blanco que con placer desaparece a cada palabra, remplazándose por una belleza inmensurable. Muy romántico, ¿no? ¡Por supuesto! El escribir es disfrutar de plasmar tus ideas, tus pensamientos, tus sub universos y tus parajes, es jugar a ser un dios sin insultar al mismo. Escribir se debe abordar con placer, con diversión, entusiasmo y pasión, a veces hasta con un poco de ira. Lo que no debe caber duda, es que escribir debe hacerse con grandes ánimos y energías, para que sea esto lo que trasmitas. Sin embargo, llega un momento en que uno se pregunta, ¿Cuánto debo escribir? ¿Cada cuándo? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuántas hojas? ¿Cuántas palabras? ¡¿Cuantas letras?! Vamos, ¿Qué cantidad? 

Mientras que existen algunos escritores que dicen que para escribir una novela es sentarse dos horas por día y… ¡abra cadabra!, ya tienes un best seller que te hará meritorio al premio nobel de la literatura, la verdad es que esto es una absurda mentira, que incluso roza la mediocridad.  Tampoco es necesario hacer lo que García Márquez, escribir ocho horas diarias como si fuera una jornada de trabajo. La realidad de esto es que cada quien tiene su ritmo. Mientras que existirán días en que podrás escribir toda una obra de arte durante horas, abra días en los que no podrás ni escribir una oración antes de que acabes frustrado. 

Considero que la mejor forma de empezar con tu ritmo es la disciplina King, es decir, del escritor Stephen King. En su libro “On writting”, este propone empezar con mil palabras al día, con un día de descanso a la semana, de ser necesario, siempre escribiendo a la misma hora del día para que se vaya volviendo un hábito y la creatividad se haga una costumbre, por decirlo en palabras burdas y llanas. El problema llega cuando descubres que todos en el mundo somos diferentes, y que mientras algunos tienen la capacidad de concentración infinita de un monje Shaolin, hay otros con la atención de un pececito en un estanque lleno de azúcar. Mi sugerencia es empezar con la disciplina King, y de ahí irte moviendo; que si quieres subirle más palabras, menos palabras, que si deseas variar los horarios de escribir, que si te pones un horario rígido. La única verdad es que debes mantener una práctica constante y diaria, sin excusas ni pretextos, que para eso, todos somos unos expertos. Y este hábito, el de escribir por supuesto, debe abordarse con amor, pasión y entusiasmo, ¿y por qué no?, algo de miedo, pero ese miedo sano que es diminuto, casi imperceptible, que te permite no caer en la soberbia, pues a fin de cuentas, todo artista debe tener su humildad. Ya que, todos siempre seremos inseguros de nuestro trabajo, aunque lo neguemos.

La creatividad o la musa, llámese como se prefiera, es caprichosa, a veces un poco bastarda, y en ciertas ocasionas una verdadera diva. No todos los días podrás crear una obra que podrás presumir que fue parida por el mismo Dios, ya que en ocasiones batallaras tanto que sufrirás, y realmente sufrirás si le tienes amor a lo que haces, y esto es verdad para cualquier tipo de ambiente creativo, sea el que sea.  Lo mejor es aceptar este hecho, no fustigarte ni flagelarte, ¡mucho menos de etiquetarte de bueno-para-nada! Lo mejor será aceptar que ese día no podrás trabajar y que lo dejarás para otro día. Tienes que recordar que eres un ser humano, y que somos afectados por las emociones, los altibajos de la vida, hasta por la luna llena o por la menstruación… sea tuya o de tu pareja. ¡Así que animo! Que si no salió hoy, saldrá mañana, o sino algún día, la musa no se abra ido, solo se estará haciendo del rogar, la condenada.

También llegará un momento en el que habrás trabajado tanto que no podrás seguir aunque lo desees, aunque te mueras de las ganas y el antojo por destruir la maldita hoja en blanco, no podrás y punto. Tu mente se verá turbada y envuelta en marañas indestructibles que se reirán de ti. Tu imaginación se cubrirá con un velo negro que no podrá levantarse, y escribir, aunque sea tu más grande deseo del momento, será imposible, y cada letra la sufrirás al grado llegaras a sentirte como un cavernícola golpeando las teclas con un marro de piedra. Cada oración te parecerá estúpida, cada idea incoherente y falta de originalidad, e incluso, te sentirás el anticristo de las letras cuya misión será llenar párrafos y párrafos de blasfemias creativas. Cuando llegue ese momento, debes darte cuenta y aceptarlo, estás cansado. Hasta la diversión cansa.

Cuando llegue el momento, haz a un lado tu texto, guárdalo en un lugar seguro, con sus respectivos respaldos, y abre la puerta de tu lugar de escritura, y date cuenta que hay una vida allá fuera. Aléjate de tus libros, de tus textos, y de ser necesario, de tus rutinas, y has algo que despeje tu mente y te relaje, que amplié tus horizontes, así sea jugar tenis a pesar de que no puedas darle a una pelota de un metro de diámetro. Haz lo que necesites y lo que quieras, duerme por horas, sal y grita, corre, salta, vete a una alberca, plática con la familia, con los amigos, con el vecino, con el perro. Busca a tu pareja y ten sexo y luego vuelve a tenerlo, y si no tienes una, pues búscala. Toma un baño de una hora, acuérdate del gato que lleva un mes atrapado debajo de tu cama, chúpate el dedo, ¡lo que sea! Siempre y cuando no dañe tu salud o saldrá contraproducente.  En todo este tiempo, ni te acuerdes del texto, ni aunque te hayas quedado a dos páginas del final. Olvídate del desgraciado, ya verás que luego la musa se sentirá sola y volverá a ti.

Descansa y descansa cuando lo necesites, y a veces hasta date el lujo de cuando no lo necesites, siempre y cuando no caigas en la holgazanería. Es importante el ritmo, pero también lo es el descanso, incluso si crees que no lo necesitas.  Descansar siempre será parte de la vida, y por lo tanto del escribir. 

Y ahora sabes, por qué ahora me retrasé en poner esta entrada, pero tuve que acampar a un lado del Sendero.

Gracias por tu lectura mí estimado lector.