lunes, 21 de enero de 2013

Lenguaje


            Al momento de leer nos encontramos con que los escritores son grandes manipuladores del lenguaje, saben cómo usar una palabra de la manera correcta para dibujar nítidamente en nuestras mentes mundos más allá de nuestro conocimiento. Convierten las palabras en poderosas armas capaces de destruir desde perjuicios hasta murallas de piedra. Son grandes agentes capaces de utilizar una palabra hasta el cansancio sin que uno se aburra de escucharla, incluso le da usos que uno jamás podría haber imaginado antes de haberla vista en las manos escultoras de un gran autor. Incluso a veces quedamos maravillados al escuchar una palabra, que sin importar nuestra edad, jamás habíamos escuchado.

           Y cuando llega el momento de escribir, uno no sale de repetir una palabra simple sin poderle dar mayor connotación. Es decir, “caminar” siempre será “caminar” y “volar” siempre será “volar”. En dichas ocasiones llega la desesperación y desilusión, pocas veces, la rendición, y siempre sale esta pregunta: ¿Cómo es que todos esos grandes autores llegan a tener un repertorio infinito de vocablos?

           Cuando eso llega a ocurrir, algunos optan como mala costumbre acudir al diccionario, para leerlo como si fuera un enriquecedor elixir que los hará más poderosos que los mortales, y posteriormente van y vomitan lo aprendido en el primer texto que se encuentran. Es ahí que usan “prebenda” en vez de “ventaja”, “devaneo” en vez de “distracción”, logrando que sus textos se vean como un auto viejo y oxidado con luces de neón y spinners relucientes. Y un texto donde se encuentran centenares de palabras complicadas es frecuentemente calificado como un intento, muy malo por cierto, de presunción de lenguaje.

           La gran mayoría de primerizos consideran que entre más palabras complicadas contenga su texto, mejor se ve. Nada más lejos de la realidad. No quiero decir que no deben usarse, pero sí que hay que saber cómo. Lo primero que debe entenderse es que la prosa como la poesía conlleva un ritmo, y una palabra mal colocada siempre romperá el ritmo. En lo personal recomiendo que se lea un poco de poesía, aunque no sea del agrado de uno, ya que los poetas son magníficos a la hora de sacarle jugo a una palabra, incluso cuando ya se cree que han logrado rebasar los límites. Lo siguiente que debe saberse es que las palabras utilizadas deben ir con el ambiente del texto o con el lenguaje del personaje. Por ejemplo, no debe usarse palabras de términos jurídicos en una novela ambientada en la segunda guerra mundial, o vulgarismos en un cuento cuyo contexto sea el siglo VII. En cuanto al lenguaje de nuestro personaje, no se debe poner en la boca de un vagabundo palabras altas o en desuso como “vacuo” o “congoja”, tampoco se pondrá en el dialogo de un caballero del medievo americanismos como “checa” o “resetea”, salvo por supuesto que esta sea la intención.  Es decir, el crimen es tan grande para el que utiliza lenguaje simplista como complicado si no va con lo que se está escribiendo.

           El lenguaje es el arma principal y más poderosa del escritor, y como tal, uno debe desarrollarla cada que puede. ¿Cómo entonces? La respuesta es la misma para todo lo relacionado a la escritura: leer, vivir y escribir. Leyendo a otros, aprenderás consiente e inconscientemente a expresarte en la palabra escrita. Al vivir te encontraras con muchas personas interesantes, y no tan interesantes, con las cuales intercambiaras una conversación, y escuchándolos aprenderás a como habla la gente de verdad. Escribiendo se hará de tu naturaleza el utilizar ciertas palabras en momentos adecuados, y de igual manera iras comprendiendo el ritmo de la prosa y a como no interrumpirlo. El lenguaje no debe ser ni sobreexplotado ni prostituido, debe simplemente ser.

           También es buena costumbre leer otros textos además de literatura, de buena calidad por supuesto, para observar las diferentes tipos de expresiones. Eso sí, nada de aprender de la escritura de moda en la red o a través de los mensajes de celular. Estos tienen por costumbre simplificar la escritura para incrementar el aprovechamiento del tiempo, y por lo tanto, devastan los usos gramaticales y ortográficos. Una vez más, salvo que tu intención sea replicar estos fenómenos.

           Recuerda que un escritor es el camarógrafo de la vida, que representará lo que ve, a través de la letras, y por lo tanto deberá aprender a escuchar y observar, y tiene como obligación contar lo que ve y como lo ve. Y al igual que el té, su opción solo es una, que tanto lo va a endulzar.

"Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento" - George Orwell

miércoles, 9 de enero de 2013

Un lugar para escribir.



Cuando se busca un lugar para escribir, se debe pensar en el mejor de los paraísos terrenales de tranquilidad e inspiración. Un lugar donde tus pensamientos se vuelvan reales y tu imaginación se desboque como un caudal. Una habitación donde te encierres con tus pensamientos e ideales, y donde te encuentres contigo mismo y con tu otro yo, o mejor dicho, con tus millones de otros yo para que puedan ser volcados en una hoja en blanco en forma de personajes carismáticos. El lugar debe volverse un santuario de privacidad tan silencioso que puedas escuchar esas vocecitas en la cabeza que desean contarte su historia. Una bóveda impenetrable donde solo estés tú y cualquier otro elemento que fomente la inspiración. Eso sí, sin ventanas hacia algo distractor como una televisión o un paisaje exterior de movimientos embelesadores. Debe ser un lugar donde llegues en comunión con tu musa, un lugar donde puedas seducirla, llevarla a la cama y hacerle el amor con dulzura y ternura, con pasión y deseo, con gritos y lágrimas, con risas tímidas y carcajadas. En término, un lugar de intimidad. Porque a veces tú musa se alocará y te pedirá a gritos ser violento y bestial o alocado y espontaneo. Nunca sabes que te pedirá o que te brindará, y conviene en esos momentos no ser interrumpido.

            Tal vez por estos momentos ocurra uno de dos efectos, o estés pensando en tu lugar ideal, o estés preocupado porque en tu casa no encuentres tal privacidad. Tranquilo, tal vez todo esto suene muy romántico, pero en realidad, lo más seguro es que termines escribiendo con los audífonos puestos mientras escuchas música en el patio a lado de la lavadora en funcionamiento. La realidad es que salvo que cuentes con el dinero suficiente, el lugar idealizado pocas veces llega. Lo mejor es encontrar tu edén privado en un espacio realista.

            En mi caso a veces escribo en el cuarto, el cual comparto con mi hermano menor, por supuesto que lo exilio primero, otras veces en el patio, bajo las estrellas en una mesa de jardín, otras en la mesa de la cocina cuando la familia está dormida.  En todos estos casos, seguido se encuentra de fondo algún ruido diurno, y lo mejor es ponerme los audífonos y dejarme llevar por la música. Otras veces aprovecho cualquier momento de silencio en el hogar. Lo más importante es que ya conllevo un método de preparación mental y aislamiento que dispara mi imaginación y me permite olvidarme de mi entorno. 

            Realmente no importa si escribes sobre un escritorio de caoba en una computadora de última generación o en la vieja Pentium IV aislada en el cuarto de tu hermanita. Lo importante es saber que cuando tocas el teclado o la pluma, es tu momento, que así como el guerrero toma su espada para enfrentar al dragón que brota de la cueva escupiendo llamaradas, tu tomaras tu imaginación y creatividad y enfrentaras la hoja en blanco dispuesto a llenarla de las más hermosas e inspiradoras creaciones traídas del mundo de las ideas. Y en tu momento solo importas tú y esos personajes que rondan por tu mente pidiendo a gritos existir.

            Por lo tanto, seguirás el mandamiento de todo escritor a la hora de trabajar: no distraerse.

          Visualiza esto: El personaje principal está a punto de enfrentar el mayor reto de su vida, ese suceso que cambiará su vida para siempre y lo convertirá en el ser que siempre quiso ser, se encuentra bajo la mayor tensión de su vida, el sudor cae sobre su frente, las palabras se anudan en su garganta mientras su corazón se retuerce en el deseo de hacerlo actuar, y justo en ese momento… grita tu padre para pedirte que vayas por las tortillas. No, no, ¡no! Te puedo asegurar, que en la gran mayoría de los casos eso será la perdición del momento que seguro te será imposible recobrar.  Aunque en algunos momentos muy extraños eso será tu salvación y sacaras algo provechoso de ello. Pero mejor no arriesgarse.

           Ahora que has leido esto, create tu espacio ya sea en un lugar real o mental. El escritor imagina solo, piensa solo, escribe solo, crea solo, y por lo tanto, en este momento deberá estar solo.

“No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento”. 
Horacio Quiroga – Decálogo del perfecto cuentista.