Al momento de leer nos encontramos con que los escritores son grandes manipuladores del lenguaje, saben cómo usar una palabra de la manera correcta para dibujar nítidamente en nuestras mentes mundos más allá de nuestro conocimiento. Convierten las palabras en poderosas armas capaces de destruir desde perjuicios hasta murallas de piedra. Son grandes agentes capaces de utilizar una palabra hasta el cansancio sin que uno se aburra de escucharla, incluso le da usos que uno jamás podría haber imaginado antes de haberla vista en las manos escultoras de un gran autor. Incluso a veces quedamos maravillados al escuchar una palabra, que sin importar nuestra edad, jamás habíamos escuchado.
Y
cuando llega el momento de escribir, uno no sale de repetir una palabra simple
sin poderle dar mayor connotación. Es decir, “caminar” siempre será “caminar” y
“volar” siempre será “volar”. En dichas ocasiones llega la desesperación y desilusión,
pocas veces, la rendición, y siempre sale esta pregunta: ¿Cómo es que todos
esos grandes autores llegan a tener un repertorio infinito de vocablos?
Cuando
eso llega a ocurrir, algunos optan como mala costumbre acudir al diccionario,
para leerlo como si fuera un enriquecedor elixir que los hará más poderosos que
los mortales, y posteriormente van y vomitan lo aprendido en el primer texto
que se encuentran. Es ahí que usan “prebenda” en vez de “ventaja”, “devaneo” en
vez de “distracción”, logrando que sus textos se vean como un auto viejo y
oxidado con luces de neón y spinners relucientes. Y un texto donde se
encuentran centenares de palabras complicadas es frecuentemente calificado como
un intento, muy malo por cierto, de presunción de lenguaje.
La
gran mayoría de primerizos consideran que entre más palabras complicadas
contenga su texto, mejor se ve. Nada más lejos de la realidad. No quiero decir
que no deben usarse, pero sí que hay que saber cómo. Lo primero que debe
entenderse es que la prosa como la poesía conlleva un ritmo, y una palabra mal
colocada siempre romperá el ritmo. En lo personal recomiendo que se lea un poco
de poesía, aunque no sea del agrado de uno, ya que los poetas son magníficos a
la hora de sacarle jugo a una palabra, incluso cuando ya se cree que han logrado
rebasar los límites. Lo siguiente que debe saberse es que las palabras
utilizadas deben ir con el ambiente del texto o con el lenguaje del personaje.
Por ejemplo, no debe usarse palabras de términos jurídicos en una novela
ambientada en la segunda guerra mundial, o vulgarismos en un cuento cuyo contexto
sea el siglo VII. En cuanto al lenguaje de nuestro personaje, no se debe poner
en la boca de un vagabundo palabras altas o en desuso como “vacuo” o “congoja”,
tampoco se pondrá en el dialogo de un caballero del medievo americanismos como “checa”
o “resetea”, salvo por supuesto que esta sea la intención. Es decir, el crimen es tan grande para el que
utiliza lenguaje simplista como complicado si no va con lo que se está
escribiendo.
El
lenguaje es el arma principal y más poderosa del escritor, y como tal, uno debe
desarrollarla cada que puede. ¿Cómo entonces? La respuesta es la misma para todo
lo relacionado a la escritura: leer, vivir y escribir. Leyendo a otros,
aprenderás consiente e inconscientemente a expresarte en la palabra escrita. Al
vivir te encontraras con muchas personas interesantes, y no tan interesantes,
con las cuales intercambiaras una conversación, y escuchándolos aprenderás a
como habla la gente de verdad. Escribiendo se hará de tu naturaleza el utilizar
ciertas palabras en momentos adecuados, y de igual manera iras comprendiendo el
ritmo de la prosa y a como no interrumpirlo. El lenguaje no debe ser ni
sobreexplotado ni prostituido, debe simplemente ser.
También
es buena costumbre leer otros textos además de literatura, de buena calidad por
supuesto, para observar las diferentes tipos de expresiones. Eso sí, nada de aprender
de la escritura de moda en la red o a través de los mensajes de celular. Estos
tienen por costumbre simplificar la escritura para incrementar el aprovechamiento
del tiempo, y por lo tanto, devastan los usos gramaticales y ortográficos. Una
vez más, salvo que tu intención sea replicar estos fenómenos.
Recuerda
que un escritor es el camarógrafo de la vida, que representará lo que ve, a través
de la letras, y por lo tanto deberá aprender a escuchar y observar, y tiene
como obligación contar lo que ve y como lo ve. Y al igual que el té, su opción solo
es una, que tanto lo va a endulzar.
"Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento" - George Orwell