Este de aquí, es Jagou (o Yagufrix
para los internautas). Su historia es algo misteriosa y un tanto increíble. Un día apareció en internet y comenzó a
streamear. Se cuenta por ahí que, si ves sus videos, tu nivel de video jugador caerá
a niveles peligrosos y terminaras feliz por haber perdido porque lo importante
es “que siempre triunfa la amistad”; o eso dice él.
Algunos
creen que es un engendro resultado de mezclar los genes de Bill Gates y Steve
Jobs (como mezclar a Jesús con Hitler), con un toque de Shakira y poseído por el
Capitán Planeta…
…
Bueno,
eso quisiera creer él. La realidad es que Jagou, es un amigo muy peculiar
(quien algún día fue alumno mío en la universidad), y digo peculiar porque
tiene ese "je ne sais pas" que te hace reír, aunque sus bromas y
chistes sean más malos que la carne de marrano en viernes santo. El punto, es
que un día se me ocurrió twittear lo siguiente:
(Ignoremos
por ahorita el dedaso en la traducción en inglés).
Su respuesta fue la siguiente:
Mi reacción puede ser obviada.
Sin
embargo, me dije a mi mismo: “Mi mismo, ¿porque no?”. Cruzo por un momento en el
cual busco recobrar el ritmo de mi escritura (perdido por la alta carga de
ocupaciones), y este puede ser un buen ejercicio. Después de todo siempre estoy
motivando a mis alumnos del Ágora con ejercicios complicados y siempre les digo que no hay idea que no pueda ser
desarrollada.
Me
puse manos a la obra y resulto el relato anexo. Pero antes de poner en sus manos el texto, debo mencionar lo siguiente:
Jagou, una vez leas esto, estas oficialmente retado a producir un vídeo
donde aparezcas con una tiara de princesa (en su defecto con una corona de
Burguer King) donde leas este cuento luego de explicar su origen, después deberás
subirlo a tu canal de Youtube y compartirlo en todas tus redes sociales.
Una
vez establecido el reto, aquí está el relato:
Jagou
Por Victor A. H. Segura
La
leyenda se había contado tantas veces que se había desvirtuado en una sonata
épica alejada de la realidad; pocos podían creer en su veracidad. Solo una
persona la recordaba cómo era: Jagou.
Jagou,
era incapaz de cambiar los hechos porque él era el protagonista, el antagonista
y la víctima. Era quien la había vivido, experimentado y aborrecido al final.
Quienes
le preguntaban a Jagou sobre la realidad de los hechos, eran inmediatamente
rechazados por una mueca de desprecio. Él no quería hablar de ello. Prefería
que se quedaran con las alegorías lúdicas y no con la aborrecida realidad.
Jagou,
no hablaría de ello con cualquier persona. No quería ser juzgado. Ya lo habían
hecho una vez. La única noche en que contó el relato a media borrachera en una
taberna local, un anciano perdido en los encantos del alcohol lo juzgó de
irreverente; cosa que molesto mucho a Jagou; al mismo tiempo, un joven y bello
bardo considero su historia como lo más fantástico y grandioso jamás hubiera contado;
pero esto agrado mucho menos a Jagou.
De
aquella borrachera surgieron muchas versiones.
Una de ellas establecía que Jagou era un
hechicero venerable y amado por todo el pueblo, cuyo único objetivo en la vida
era ayudar a tantos como pudiera con sus grandes poderes. Viviendo en una
modesta cabaña junto al rio.
En otra versión, él era una bella princesa
de envidiados atributos y muchos pretendientes, a quien, un malvado hechicero,
la había convertido en un hombre incapaz de percibir cuando una doncella le ofrecía
su amor.
Las malas lenguas contaban que Jagou era un
caballero malvado, descendiente de una estirpe de reyes crueles, quien había
llegado a esas tierras a dominar, como lo habían hecho sus antepasados, y que,
para hacerlo, había secuestrado a una bella princesa.
Los más borrachos siempre retorcieron la
historia, y nadie sabía si Jagou era el benévolo hechicero con la misión de
salvar la princesa, o la princesa era Jagou capturada por un cruel caballero, o
si Jagou era el malvado caballero que había capturado a la hermosa princesa, a
pesar de la protección del benévolo hechicero.
—¿Quién es Jagou? —preguntaba el pueblo.
—¿Quién es Jagou? —preguntaban los reyes.
Y hasta en los peores momentos Jagou
preguntaba quién era Jagou.
Porque cuando el pueblo hablaba, Jagou
escuchaba, y escuchar al pueblo nunca le hizo bien.
—¡Ahí va el malvado caballero Jagou!
—¡Tranquilos! ¡No teman, el hechicero Jagou nos
salvara!
—Pero si no es caballero ni mago, sino la princesa
Jagou convertida en hombre.
Eran algunas de las aclamaciones del pueblo.
A eso se había reducido: Jagou era la princesa, Jagou
era el malvado caballero y Jagou era el benévolo hechicero.
Sin embargo, Jagou, desprendido de su identidad, había
optado por ser los tres, y los tres seria hasta el día de su muerte.
¿Y quién era Jagou?
Jagou era un simple ermitaño, viviendo en una colina
solitaria, orillado a aislarse para no tener que soportar la presunción de sus
hermanos mayores: su hermana una princesa aclamada por su belleza, el hermano
segundo era un poderoso hechicero al servicio de todo quien lo necesitase y el
tercer hermano era un caballero reconocido por su crueldad a la hora de las
conquistas.
Los cuatro hermanos distintos y de poca interacción
entre ellos, cuya única similitud era haber tenido un padre demente que los había
nombrado a los cuatro: Jagou.
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