miércoles, 28 de junio de 2017

Un reto y un reto

           Este de aquí, es Jagou (o Yagufrix para los internautas). Su historia es algo misteriosa y un tanto increíble. Un día apareció en internet y comenzó a streamear. Se cuenta por ahí que, si ves sus videos, tu nivel de video jugador caerá a niveles peligrosos y terminaras feliz por haber perdido porque lo importante es “que siempre triunfa la amistad”; o eso dice él.
Algunos creen que es un engendro resultado de mezclar los genes de Bill Gates y Steve Jobs (como mezclar a Jesús con Hitler), con un toque de Shakira y poseído por el Capitán Planeta…
Bueno, eso quisiera creer él. La realidad es que Jagou, es un amigo muy peculiar (quien algún día fue alumno mío en la universidad), y digo peculiar porque tiene ese "je ne sais pas" que te hace reír, aunque sus bromas y chistes sean más malos que la carne de marrano en viernes santo. El punto, es que un día se me ocurrió twittear lo siguiente:

(Ignoremos por ahorita el dedaso en la traducción en inglés).
            Su respuesta fue la siguiente:

            Mi reacción puede ser obviada.
Sin embargo, me dije a mi mismo: “Mi mismo, ¿porque no?”. Cruzo por un momento en el cual busco recobrar el ritmo de mi escritura (perdido por la alta carga de ocupaciones), y este puede ser un buen ejercicio. Después de todo siempre estoy motivando a mis alumnos del Ágora con ejercicios complicados y siempre les digo que no hay idea que no pueda ser desarrollada.
Me puse manos a la obra y resulto el relato anexo. Pero antes de poner en sus manos el texto, debo mencionar lo siguiente: Jagou, una vez leas esto, estas oficialmente retado a producir un vídeo donde aparezcas con una tiara de princesa (en su defecto con una corona de Burguer King) donde leas este cuento luego de explicar su origen, después deberás subirlo a tu canal de Youtube y compartirlo en todas tus redes sociales.
Una vez establecido el reto, aquí está el relato:

Jagou
Por Victor A. H. Segura

            La leyenda se había contado tantas veces que se había desvirtuado en una sonata épica alejada de la realidad; pocos podían creer en su veracidad. Solo una persona la recordaba cómo era: Jagou.
            Jagou, era incapaz de cambiar los hechos porque él era el protagonista, el antagonista y la víctima. Era quien la había vivido, experimentado y aborrecido al final.
            Quienes le preguntaban a Jagou sobre la realidad de los hechos, eran inmediatamente rechazados por una mueca de desprecio. Él no quería hablar de ello. Prefería que se quedaran con las alegorías lúdicas y no con la aborrecida realidad.
            Jagou, no hablaría de ello con cualquier persona. No quería ser juzgado. Ya lo habían hecho una vez. La única noche en que contó el relato a media borrachera en una taberna local, un anciano perdido en los encantos del alcohol lo juzgó de irreverente; cosa que molesto mucho a Jagou; al mismo tiempo, un joven y bello bardo considero su historia como lo más fantástico y grandioso jamás hubiera contado; pero esto agrado mucho menos a Jagou.
            De aquella borrachera surgieron muchas versiones.
Una de ellas establecía que Jagou era un hechicero venerable y amado por todo el pueblo, cuyo único objetivo en la vida era ayudar a tantos como pudiera con sus grandes poderes. Viviendo en una modesta cabaña junto al rio.
En otra versión, él era una bella princesa de envidiados atributos y muchos pretendientes, a quien, un malvado hechicero, la había convertido en un hombre incapaz de percibir cuando una doncella le ofrecía su amor.
Las malas lenguas contaban que Jagou era un caballero malvado, descendiente de una estirpe de reyes crueles, quien había llegado a esas tierras a dominar, como lo habían hecho sus antepasados, y que, para hacerlo, había secuestrado a una bella princesa.
Los más borrachos siempre retorcieron la historia, y nadie sabía si Jagou era el benévolo hechicero con la misión de salvar la princesa, o la princesa era Jagou capturada por un cruel caballero, o si Jagou era el malvado caballero que había capturado a la hermosa princesa, a pesar de la protección del benévolo hechicero.
—¿Quién es Jagou? —preguntaba el pueblo.
—¿Quién es Jagou? —preguntaban los reyes.
Y hasta en los peores momentos Jagou preguntaba quién era Jagou.
Porque cuando el pueblo hablaba, Jagou escuchaba, y escuchar al pueblo nunca le hizo bien.
—¡Ahí va el malvado caballero Jagou!
—¡Tranquilos! ¡No teman, el hechicero Jagou nos salvara!
—Pero si no es caballero ni mago, sino la princesa Jagou convertida en hombre.
Eran algunas de las aclamaciones del pueblo.
A eso se había reducido: Jagou era la princesa, Jagou era el malvado caballero y Jagou era el benévolo hechicero.
Sin embargo, Jagou, desprendido de su identidad, había optado por ser los tres, y los tres seria hasta el día de su muerte.
¿Y quién era Jagou?
Jagou era un simple ermitaño, viviendo en una colina solitaria, orillado a aislarse para no tener que soportar la presunción de sus hermanos mayores: su hermana una princesa aclamada por su belleza, el hermano segundo era un poderoso hechicero al servicio de todo quien lo necesitase y el tercer hermano era un caballero reconocido por su crueldad a la hora de las conquistas.

Los cuatro hermanos distintos y de poca interacción entre ellos, cuya única similitud era haber tenido un padre demente que los había nombrado a los cuatro: Jagou.

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